ÍNDICE
La persona que odia se desarmoniza completamente, vive angustiada, no puede ser feliz y no conoce por lo tanto la paz. Está en una guerra permanente contra otros y contra sí misma. No hay imagen más grotesca que la de un hombre o una mujer pensando en todo momento en la persona objeto de su odio, con el rostro crispado, y los nervios alterados, cuando es muy probable que la otra persona ni se acuerde de él o ella, y esté incluso viviendo feliz, sin preocuparse de nada. El que verdaderamente sufre es el ser que odia, no el ser odiado.
En nuestro mundo hay mucho odio, porque hay una enorme falta de amor. El rencor y la venganza son el pan nuestro de cada día. Cuántas crímenes, cuántas disputas, cuántas tragedias, cuánto luto, cuánta sangre derramada, cuántas guerras se evitarían si al ser humano le enseñaran desde pequeño a no odiar.
EL PERDÓN
No hay mejor antídoto contra el odio que el perdón. La persona que odia, no conoce el perdón, no ha desarrollado esta capacidad tan noble. Algunos incluso consideran al perdón como una muestra de debilidad. Yo he llegado a escuchar frases tan terribles como ésta: “No puedo perdonar al que me ha hecho daño, porque si lo hiciera estaría dando por buena su mala acción, y entonces sería como si nada hubiera pasado”. La persona que tal cosa dice no ha entendido evidentemente qué es el Amor. Perdonar no es una debilidad, es todo lo contrario, un acto de valor. Se necesita mucho valor para conceder el perdón a quien mucho daño nos ha hecho. Y el hacerlo no significa que ignoremos la acción negativa que hemos padecido; Sencillamente ponemos por encima de las miserias humanas la luz del Amor. Y el que perdona ciertamente descansa, consigue la paz. Mientras siga odiando a alguien, nunca será feliz. No es pues inteligente mantener una actitud que a nada conduce y sólo trae problemas.
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