RELACIONES FAMILIARES
La mayoría de las personas consideran a las relaciones familiares como lo más importante de su vida, pero muchas se desengañan al comprobar que suele haber un abismo entre la idea que tienen de una vida familiar plena, y la cruda realidad. La familia debe ser fuente de alegría y armonía, nunca de tristeza y conflicto. El respeto, la comprensión, y la compasión son elementos básicos para una buena relación familiar. Los miembros de la familia han de aprender que cada uno de ellos es una entidad diferente, con su propio camino, con sus propias circunstancias, con su propio criterio.
Para que las relaciones mejoren hay que atender a pequeños detalles de convivencia que son importantes. Uno de ellos es el ser cortés. Frases tan conocidas como “gracias”, o “por favor”, pueden ayudar a sentar las bases de la confianza mutua. A nadie le perjudica, sino todo lo contrario, ser amable con sus seres queridos. Debemos procurar evitar las palabras ofensivas, y acostumbrarnos a utilizar la cortesía como herramienta diaria de trabajo. También hay que aprender a ser considerado, y a disculparse cuando se perjudique de palabra u obra a algún miembro de la familia.
Las riñas familiares:
Hay quienes opinan que las riñas familiares son saludables o incluso necesarias para la convivencia. Pero lo cierto es que las riñas producen muchas alteraciones en el organismo humano, las cuales a la larga pueden tener consecuencias graves. Las más frecuentes son un aumento de la presión arterial, dolores de cabeza, dolores de espalda, nerviosismo e insomnio. Los enfrentamientos intensos afectan directamente al sistema nervioso, al digestivo y muy especialmente al corazón.
Hay personas que encuentran en las riñas una válvula de escape a sus diversos problemas de personalidad. Aquellas personas que provocan discusiones con frecuencia, suelen padecer de desarmonías internas. Hay quien utiliza las desavenencias para potenciar su autocompasión. En este caso el individuo se considera víctima permanente de los demás, piensa que es un incomprendido al que las otras personas no valoran en su justa medida. Otros utilizan las riñas para intentar manejar a sus semejantes a su antojo, llegando incluso a usarlas como un medio intimidatorio. También pueden ser una excusa para alguien que no desea cambiar su forma de ser, evitando de esta manera sentirse responsable de sus propios actos. Por último algunos utilizan los enfrentamientos para autoconvencerse de que son mejores que los demás. Así la discusión les servirá para quejarse de lo desconsiderados que son los otros.
En la convivencia diaria debemos evitar por todos los medios vernos mezclados en situaciones que nos pueden molestar o irritar, y buscar aquellas que nos den serenidad y la posibilidad de dar ejemplo de ello.
Relaciones de los padres con los hijos:
He aquí otra fuente frecuente de sufrimientos. Un hombre y una mujer traen al mundo a un ser humano con el que adquieren de inmediato la responsabilidad de cuidarle hasta que sea capaz de valerse por sí solo. A medida que el niño crece, se va fraguando la posibilidad de conflictos. Y lo que debió ser una relación armónica, se convierte no pocas veces en un verdadero problema, y en casos extremos en un infierno. En algunos casos el problema principal estriba en la errónea idea de los padres de considerar a sus hijos como algo de su propiedad. El propio afán de protección, que puede volverse excesivo, incluso patológico, llega a hacer creer a muchos padres que deben estar permanentemente vigilantes en todo lo que su hijo haga, diga y hasta piense. Y como han vivido más tiempo, tienen más años y más experiencia, suponen que su criterio es siempre el mejor, que su manera de pensar es la única que ofrece a sus hijos garantías reales de no sufrir. Por supuesto que los padres deben proteger a sus hijos y procurar llevarles por el buen camino y enseñarles a no cometer errores que les pueden perjudicar. Esto es indispensable cuando se trata de menores de edad. Pero a medida que el hijo vaya creciendo, hay que ganarse su confianza y aprender a tener una buena comunicación con él. Llegará el momento en que las imposiciones serán contraproducentes, y la clave de una relación armónica estará en el dialogo y el respeto mutuo. Los padres deberán admitir que no siempre tienen razón. Lo peor es provocar enfrentamientos por querer imponer a toda costa las ideas. Es un hecho que en ocasiones el deseo pues de ayudar al hijo puede convertir a unos padres en déspotas, incapaces de comprender que si quieren preparar a sus hijos para la vida, es necesario que les dejen adquirir experiencias por sí solos, enfrentarse a los retos cotidianos, a luchar en un mundo tan complejo como lo es el nuestro.
No hay que perder nunca la comunicación, hay que mantener siempre abierto ese canal de relación. Lo ideal es que exista una gran confianza en ambas partes. El hijo debe ver al padre también como un amigo al que pueda contarle sus dichas y desdichas, sus temores, sus logros y fracasos en todos los terrenos.
Pero obviamente no solamente los padres tienen que poner de su parte para que la relación sea armónica. Es necesario que los padres comprendan a sus hijos, pero también es necesario que los hijos sean tolerantes y respetuosos con ellos, y por supuesto que aprendan a perdorles por los errores que pudieran haber cometido con ellos. La mayoría de los padres actúan de la forma en que creen será mejor para sus hijos.
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